22/04/12 - Teatro: La oveja abandonada (Rittano)
Un pueblo donde lo único que pasa es el sol, el calor. Una casa vieja, que se cae a pedazos. Y los pedazos de una familia dentro: el abuelo, que se obstina en no morirse, y tres hermanos, tres caras de una misma angustia y soledad.
Si como ya dijera —y mostrara— Sartre que “el
infierno son los otros”, La oveja abandonada, primera pieza teatral de Agustín
Rittano, lleva esto casi hasta las últimas consecuencias. Decimos “casi” porque
algún límite parecen tener estos personajes que libran una sorda batalla familiar,
tan similar y absurda como la que se libra en cualquier familia.
Ese pueblo donde lo único que pasa es el sol, ese
que el abuelo mira porfiado, es el marco ideal para una contienda de estas
características. En las ciudades, las familias tienden a disgregarse, sus
miembros encuentran diversiones más apasionantes, quizás, que odiarse
mutuamente, mientras que en los pueblos, las siestas y el calor suelen oficiar
de suficientes acicates para la tragedia. Del mismo modo, los deseos
inconfesados, los deseos desmedidos y los delirios de grandeza.
Una hermana, Shirley (Fernanda Pérez Bodria), es
demasiado alta para este mundo y por eso eleva su cabeza y sus pensamientos
hacia Dios y especialmente hacia la virgen María. Está pendiente de una señal,
de una aparición “mariana”. Lleva sus largos huesos con la misma cadencia con
que los llevaría una santa (la que no es) y da sutiles órdenes que muy pocos
cumplen.
La otra hermana, María José (Fernanda Bercovich), es
demasiado carnal para un pueblo tan chico, demasiado ambiciosa, demasiado todo
para esa chatura que ella enfrenta a fuerza de curvas que no teme exponer
incesantemente al sol. De comportamiento lascivo con su hermano, es la autora
intelectual de, por lo menos, el deseo de eliminar rápido al abuelito para
vender el gran caserón e irse a la gran ciudad, a cumplir con su mayor deseo,
su mayor sueño.
Y luego el hermano, Eugenio (Rodrigo Martínez
Eguizábal), traído y llevado por las dos hermanas, por los buenos consejos de
Shirley y por la franca lascivia de María José, indeciso, indefinido, jugando
para unos y para otros pero nunca para sí mismo.
Por último, ese abuelo fantasma (Alejandro Álvarez),
que nunca se muere, que mira directo al sol sin temor a quemarse los ojos, que
a veces los reconoce y a veces no, que dice muy poco pero expresa mucho y que
nunca, al parecer, puede hacer su voluntad.
Entre los cuatro conforman una obra que se destaca
por su fluidez (cuatro “capítulos” a modo de cuatro grandes escenas), por
algunos graciosos neologismos (como “frusilerías” por fruslerías y “tunuda” por
“mujer de vagina grande”) y por las actuaciones que dan vida a estos personajes
tan complejos como cándidos y siniestros, en un atmósfera cuidadamente opresiva.
Domingos, 18:30 hs.
Los Excéntricos de la 18ª
Lerma 420
Reservas: 4772-6092
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