sábado, 12 de septiembre de 2009

TRÁGICOS Y EXCÉNTRICOS

29/08/09 - Teatro: Ala de criados (Kartun)

Enero de 1919: mientras en la capital porteña se desata la famosa “Semana Trágica”, aquella de la huelga de obreros iniciada en los talleres Vasena, en Mar del Plata una familia de la alta aristocracia pasa sus vacaciones veraniegas sin darle, en apariencia, mayor importancia. 
En la primera escena de “Ala de criados”, la nueva obra de Mauricio Kartun, quien también la dirige, tres lánguidos jóvenes se asolean en la rocosa costa marplatense. No parecen preocupados más que de banalidades y quien primero habla es Tatana, la hermana menor, recientemente llegada del internado en Suiza: “las metáforas son cosa de putos”, proclama, dando el tono justo no sólo de la obra sino de su personaje, en la magistral actuación de Laura López Moyano. Su primo y su hermano no le prestan demasiada atención, pero en cuanto comienzan a hablar y a gesticular queda también claro el carácter de cada uno: Pedro (interpretado por Alberto Ajaka) es un aspirante a seminarista, siempre recto y contenido, mientras que Emilito (interpretado por Esteban Bigliardi, en una actuación sencillamente descollante) es un joven dilettante, un flojo, un típico “niño bien” porteño, preocupado por nimiedades, al borde mismo de la cobardía y la pusilanimidad. 
En este ambiente, con la sangrienta huelga como mar de fondo y la figura omnipresente del “tata” que dirige todos los hilos desde Buenos Aires, aparece un cuarto personaje que introducirá el drama, el amor, la sordidez y el conflicto: Pancho (interpretado por Rodrigo González Garillo) es una suerte de lacayo que duerme en el “ala de criados” sólo porque le prestan allí una habitación y es quien se dedica a lanzar las palomas para que los aburridos snobs se entretengan en el club de tiro a la paloma marplatense. Recio, varonil, un auténtico “guapo”, un personaje típico de la incipiente clase media porteña, esa que no está ni abajo de todo ni tampoco arriba y que para sobrevivir debe recurrir a la “engañifa” y a los peligrosos dobles juegos con unos y otros para salvarse. 
La joven Tatana queda impresionada ante este hombre “literal”, que desconoce qué cosa sea una metáfora (aunque sí sabe y practica la engañifa), tan diferente a todo lo que ella ha visto hasta el momento. La tensión sexual entre ambos es clara y contundente desde el primer instante en que se cruzan y es uno de los pivotes en los que la obra se asienta para sostener su dramatismo e interés. Interés que no decae ni por un segundo, a pesar de la longitud de la misma, que rebasa las dos horas de duración: el espectador está siempre atornillado a su butaca, con lo que queda demostrada no sólo la maestría de Kartun como dramaturgo sino también su perfecto conocimiento de los resortes que hacen que las historias avancen y, en este caso, el espectador junto con ellas. 
Pero otro de los pivotes sobre los que se asienta la obra es la huelga, la conformación de la Liga Patriótica y de otros grupos de apoyo a las fuerzas del orden que cundieron en aquellos días. En la abulia del verano marplatense, alterada sólo por los suaves disparos (“paff”) a las indefensas palomas, los porteños y Pancho deciden agitar un poco las cosas: ellos por diversión, Pancho por desesperación. Y luego de hacerle la seña convenida a Tatana para que lo vaya a visitar al ala de criados, el pequeño grupo comando conformado por los cuatro, sale a hacer destrozos en lugares como la Biblioteca Juventud Moderna, de donde se llevan como precioso y simbólico botín, entre otras, las tres obras claves de Emile Zola, padre del naturalismo: Naná, La bestia humana y Germinal. 
Así, en un ambiente de creciente efervescencia y delirio, quienes eran los débiles, los buenos para nada, los rechazados por inservibles, a los que ni siquiera su apellido de alta alcurnia les permitía ingresar a la Liga Patriótica, terminan siendo los opresores, los dominadores, los auténticos salvajes contra el único que tenían a mano: Pancho, el nadador de dos aguas, el que sólo sabía hacer engañifas, el que debía jugar sus cartas con la mayor astucia posible, el que rogaba a unos y a otros por su salvación sin lograrla. 
En resumen, una obra sencillamente magistral que a más de contar con actuaciones brillantes y los toques justos de grotesco y comicidad, revela un fino y delicado trabajo de restauración del lenguaje coloquial porteño de aquel entonces, en el que se mezclaban con total impunidad el inglés, el francés y el criollo más rancio y que es lo que, en opinión de esta cronista, le sirve a Kartun para fundar todo un universo digno de la mayor admiración. Una obra, además, para ayudarnos a pensar por qué hoy estamos como estamos, si aquellos fueron nuestros antepasados. 

Funciones: viernes a las 21hs, sábados a las 22.00hs, domingos a las 20hs.
Teatro del Pueblo: Diagonal Roque Sáenz Peña 943
Informes: 4326-3606
Entradas: $40 y $25 a jubilados y estudiantes

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LA MAGIA DEL GUITAR CRAFT

27/08/09 - Música: Círculo de Guitarras de Buenos Aires (Templum)


Quien desee escuchar algo diferente, musicalmente hablando, hará muy bien en ir a la próxima presentación del Círculo de Guitarras de Buenos Aires, si no tuvo la suerte, como esta cronista, de asistir a su última presentación en Templum el jueves 27 de agosto. 
El Círculo de Guitarras de Buenos Aires es una agrupación de guitarristas acústicos que se formó en 1994, como el capítulo local de un movimiento musical más grande, iniciado en 1986 por el guitarrista y compositor Robert Fripp, el legendario líder (aunque él no guste de ser llamado así) de King Crimson. Fripp, desde siempre un innovador, no sólo fundó un nuevo concepto musical (el llamado “guitar craft”) sino que también implementó una nueva afinación para dicho instrumento, a través de la cual se consigue simplificar mucho las cosas para los ejecutantes, así como también un sonido muy particular, más “afilado” y que permite registros más amplios, tanto graves como agudos. 
Los alumnos de guitar craft de todo el mundo, con sus guitarras acústicas con cuerdas de acero afinadas según la Nueva Afinación Standard (o “New Standard Tunning” en inglés), se nuclean en The League of Crafty Guitarrists, una mega-agrupación musical que ya ha visitado nuestro país en numerosas ocasiones, siempre con Fripp a la cabeza. A su vez, muchos de ellos conforman los distintos “círculos” que hay por el mundo, como el de París, Nueva York, Seattle y Barcelona. En nuestro país, además del de Buenos Aires, existen los círculos de Mendoza y de Rosario. Otras bandas cultoras de guitar craft argentinas son la ya mítica Los Gauchos Alemanes, el guitarrista Fernando Kabusaki, Zum y Big Time (trío conformado por dos de los integrantes del CGBA, Claudio Lafalce y Horacio Pozzo). 
El número de integrantes es, como nos comentaron los músicos en un mini-reportaje al terminar el show, variable. En este momento está conformado como sexteto, pero “a principios del año pasado era un noneto. Más o menos la formación va variando de acuerdo a las posibilidades, los proyectos personales y las performances de los integrantes. Y llegamos a ser, en el show más grande que yo recuerdo, veintitrés guitarristas en escena, acá en Templum”. 
El show del último jueves comenzó con una “circulación”: la circulación es algo así como el “pase” de una nota de uno a otro músico, completando el semicírculo en el que todos se disponen en el escenario. Es decir, si la primera nota arranca en el músico que está ubicado en el extremo derecho, éste se la “pasará” a quien esté inmediatamente a su lado y así hasta completar la vuelta. Esta forma de tocar requiere de una gran concentración y compenetración de unos músicos con otros: el ambiente intimista y recoleto de Templum es el ideal para poder apreciar esta dinámica grupal bien de cerca. Basta observar con atención cómo los músicos dialogan no sólo a través de las notas sino también a través de los gestos y las señas que se hacen unos a otros. 
Luego, el repertorio, que siempre es amplio y variado en cualquier agrupación de guitar craft, ya que la NST permite afrontar cualquier estilo musical con una facilidad mayor que la afinación tradicional, incluyó piezas originales del CGBA, piezas de Fripp, desde luego, y piezas de Piazzolla, Beatles, Bach, Big Time, Frank Zappa (para emoción y delirio de quien esto escribe), temas de película (de “Good-bye Lenin”, específicamente) y una deliciosa versión de un hit de los setenta (reeditado en los ochenta) como “I’m your Venus”. Como los mismos músicos aseveraron, “hacemos de todo un poco, también depende de la época y del arreglo y de la cantidad de personas que seamos, pero puede ir variando”. Vale destacar la absoluta calidez del show, la perfecta dosificación de diferentes ritmos y estilos, la pausada y armónica dulzura de las circulaciones y la grata experiencia que significa ver, al fin, algo distinto, algo que realmente se destaca y que vale la pena ver cuantas veces sea posible. Si bien el CGBA no aspira a la masividad, y su propuesta no pasa precisamente por allí, tienen el buen tino de no aspirar tampoco al elitismo absurdo, de no encerrarse en un cenáculo de “entendidos” y de mantenerse al margen de las bizantinas discusiones acerca de si este tipo de expresiones musicales son sólo aptas para “músicos” o para melómanos. El CGBA es una invitación a la magia del guitar craft y, por sobre todo, un maravilloso convite al disfrute musical que cualquiera puede apreciar.
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LOS EXTREMOS DE LA SOLEDAD

27/08/09 - Teatro / Performance: Solas no más (Acebo, Herrera, Daulte)

“Solas no más” es un espectáculo teatral dirigido por Jorge Acebo y compuesto por dos obras: la performance “No más solas” (de Jorge Acebo y Matías Herrera) y “Dos mujeres” (de Javier Daulte). La performance, breve, que oficia de apertura, realizada por Magalí Moreno, Natalia Pascale y Florencia Noverasco, consiste en un monólogo partido y repartido entre tres personajes: tres mujeres patéticamente solas, cuyas lágrimas de rímmel ya están tatuadas en su piel, que fuman y toman helado a mansalva y que ya no soportan su soledad. En la brevedad de la performance queda claro hasta qué ignominiosos puntos es capaz de llegar una mujer para paliar de algún modo esa situación desesperante. 
Pero el camino tomado por las dos protagonistas de la segunda parte del espectáculo, Alejandra y Clara (Gisela Sabatella y Mariela Rodríguez) es aún más extremo. Si bien al comienzo parece más racional, más, si se quiere, “proactivo”, en tanto que en lugar de quedarse tiradas en el sofá comiendo helado y quejándose amargamente, hacen algo, las cosas se les irán de las manos. Un departamento, dos mujeres arreglándose, preparándose para una gran cita. Una cita a ciegas, por medio de un aviso en una revista. En estos tiempos de relaciones descartables y de amor líquido no parece demasiado extraño que la gente pretenda conocerse así. Pero rápidamente se advierte que sí hay algo extraño allí: no esperan a dos hombres, sino que esperan al mismo. Todo ha sido hablado y convenido de antemano y ambas parecen estar de acuerdo en compartir a ese único candidato. 
Los preparativos se aceleran, los peinados, los maquillajes, las vestimentas se retocan una y veinte mil veces, pero el timbre no suena. Menos el teléfono. Muy pronto nos damos cuenta de que Alejandra y Clara hace ya demasiado tiempo que están solas y que por eso han aceptado esta oportunidad como su única tabla de salvación. En el medio surgen peleas y rencores de antaño, toda la fragilidad de las relaciones humanas salta a la vista en esa espera interminable del príncipe azul salido de una revista femenina. ¿Llegará o no llegará nunca para estas treintañeras desesperadas? 
Cuando ya se dan por vencidas, cuando cada una decide ir a mirar tele o a encerrarse en su habitación, el timbre suena. El revuelo es tal que hasta pierden el control de sus esfínteres. ¡Germán, el príncipe azul, ha llegado! Pero tardan tanto en abrir la puerta que como el sueño que es se ha esfumado. ¿Se ha esfumado? No, no, qué va. Está allí. Bueno, no es exactamente como lo esperaban pero ahí está. En una silla de ruedas, sin poder hablar. Pero es Germán, ¡qué importa! 
A partir de ese momento, la comedia dramática o la tragicomedia exhibe momentos de un humor negro y de un patetismo que obliga al espectador a preguntarse de qué demonios se está riendo si lo que está viendo es una de las muestras más grotescas de la debilidad y la desesperación humanas. Sin anticipar el final, puede decirse que los acontecimientos toman un rumbo lógico dentro de la inconexa lógica del devenir de dos mujeres que no pueden más con su soledad, que ya han estado solas antes, que no parece que vayan a dejar de estarlo más adelante y que ven esfumarse, una vez más, la posibilidad de estar, al fin, acompañadas. 
El personaje de Clara es, sin duda alguna, el punto más fuerte del espectáculo en tanto representa numerosas tipicidades y estereotipos del mundo femenino reunidos y “remixados”, obteniendo así una mística díficil de superar. La actuación de Matías Herrera como Germán también es digna de destacarse en tanto compone sin caer en la caricatura a un lisiado que apenas puede expresarse a través de gruñidos y vagas señales. El personaje de Alejandra tiene también un momento de honda tensión dramática cuando expresa, con palabras claras y contundentes, todo el hastío de una vida no coronada por el amor de pareja. 
En suma, un espectáculo que si bien incursiona en tópicos muchas veces visitados —la crisis de los treinta, la soledad y la soltería femeninas— logra aportar un grado de patetismo y grotesco tal que no sólo arranca carcajadas sino que en medio de ellas deja pensando y reflexionando al espectador, algo muy loable en tiempos donde pensar parece no estar de moda. 

Funciones: sábados a las 23 hs.
Teatro Andamio ‘90
Paraná 660
Reservas: 4373-5670
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IMÁGENES PAGANAS (O UNA DE VAMPIROS)

24/08/09 - Teatro: El vampiro (González)

El lunes por la noche se estrenó “El vampiro (relato fantástico en escena)”, espectáculo teatral multidisciplinario inspirado en el relato homónimo del escritor rioplatense Horacio Quiroga (1878-1937). Con las actuaciones de Néstor Ducó (como Guillermo Grant), Pablo Lapadula (como Rosales) y Ailín Salas (como la hija vampiro), y bajo idea, adaptación y dirección general de Eloy González, la obra aspira a entrecruzar diversas disciplinas, como la literatura, el radioteatro, la música, el ilusionismo, el cine y algo que podría denominarse, en opinión de Pablo Capanna, la “ciencia patológica”, en una puesta que saca el máximo partido de las instalaciones en las que se realiza (el bello Palacio Teatro El Victorial) y que obliga al espectador a una nueva experiencia teatral. 
“El vampiro”, junto con “El espectro” y otros cuentos de temática similar de Quiroga, constituye uno de los sectores menos frecuentados de su obra. Son relatos tardíos, que versan todos sobre distintos aspectos del cine, una de las pasiones del escritor, famoso por obras maestras como “El almohadón de plumas” o “A la deriva”. En estos cuentos, sin embargo, Quiroga no despliega la misma maestría, ganado acaso por la novedad y la fantasía de los temas que intenta abordar. Tanto en “El espectro” como en “El vampiro”, ambos protagonizados por su alter-ego Guillermo Grant, las figuras que parecen tener vida sólo en la pantalla pasan a tenerla, por misteriosos mecanismos, también fuera de ella. En el caso de “El vampiro” se le imputa dicho “milagro” a los rayos N1, un fabuloso fraude científico de comienzos del siglo XX, ya que dichos rayos, como rápidamente se descubrió, no existieron jamás. 
Sin embargo, éste es el punto de partida elegido para desplegar la multiplicidad de efectos e impactos en la obra teatral que nos ocupa. Mientras los espectadores aguardan en el foyer del teatro-palacio y la melodía de “Moon river” suena y resuena una y otra vez (primero cantada por Frank Sinatra, luego por Louis Armstrong, y también por Luciano Pavarotti), de pronto las luces se apagan y por la puerta que da a la calle, entra un hombre abatido. Allí, aunque no lo parezca, ha comenzado la función. Apelando al relato en off, a la manera de un radioteatro, y mechándolo con la impecable actuación de Néstor Ducó (quien posee, además, una voz inigualable y perfecta para el personaje de Grant), comienza a desplegarse el texto de Quiroga, que a la vez va siendo actuado y puesto en escena de infinitas formas. 
Así, cuando Grant se encuentra en el cine con el extraño señor Rosales, ya todo el público está cómodamente sentado en las butacas del teatro, mágicamente convertido en cine, y está viendo, como los personajes de la obra, una película (película filmada expresamente a partir del mismo motivo del cuento). La duplicidad de efectos y refracciones, tan cara a las pseudociencias y a la imaginería de un escritor como Horacio Quiroga, fuertemente influido por su maestro Leopoldo Lugones, se representa así a través de la doble asistencia del público a tanto una puesta teatral cuanto a la exhibición de un film. 
Vale la pena destacar también, en la misma línea, la lograda conjunción de efectos especiales y proyecciones de video para darle “vida” a la criatura extraída por Rosales del celuloide, la misma que dice haber reconocido a Grant por haberlo visto ya tantas veces “del otro lado de la pantalla”, en la sala de los cines donde se daban sus películas. Con un gran despliegue escénico y técnico se logra un montaje que recuerda lo que varios años después de Quiroga haría Adolfo Bioy Casares en su novela La invención de Morel. Pero esta fascinación de los hombres por las criaturas irreales, o fantasmagóricas o, si se quiere, más reales que la propia realidad (todo depende del punto de vista adoptado) habrán de salirles muy caro, como lo demuestra el propio cuento de Quiroga y todas aquellas obras donde la faz prometeica del hombre asoma. 
Vale destacar la participación especial de Graciela Borges como la voz en off de la madre vampiro y la excelente selección de diversos pasajes pianísticos de Fredéric Chopin para darle los toques exactos a cada escena: intriga, vértigo, temor, emoción, suspenso, todos en fina concordancia con la obra y la ambientación del lugar. 

Teatro Palacio El Victorial: Piedras 720
Funciones: lunes a las 21hs.
Informes: 4545-099 / elvampirodehoracioquiroga@gmail.com
Entradas: $20. Con reservas: $15.
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A FAVOR DEL DESEO

23/08/09 - Teatro: Las González (Sacoccia)

En este domingo soleado y ya primaveral se realizó la función de prensa de “Las González”, obra de Hugo Sacoccia, con dirección de Néstor Romero y las actuaciones (verdaderamente estelares) de Catalina Speroni (Blanca), Ana María Castel (Porota), Cecilia Cenci (Rita) y Ángela Ragno (Genoveva). Como el mismo autor de la obra señala, se trata de un “homenaje a la mujer de todos los tiempos, esa que los pueblos de todas las razas acallaron por temor a su poder natural”. Pero no es sólo eso sino también una declaración, una carta abierta, un manifiesto teatral y poético a favor del deseo. 
El deseo (no sólo sexual sino el deseo entendido en su máxima expresión), ese cuco que gobiernos, preceptos y religiones quieren hundir, esconder, acallar y maniatar. El deseo, el motor que mueve a los seres humanos, el que les permite levantarse de la cama cada mañana y enfrentar lo que sea. El deseo, ese peligroso animal que anida en los corazones y que se multiplica y ofrenda sus primicias con todo candor cuando es una mujer la que lo esgrime. Cuán escandaloso no será, entonces, para las mentes bienpensantes, cuando se trata del deseo de una mujer mayor. Una mujer que ya debería estar “retirada” por no poder ser ya más el recipiente de la creación y su guía. Una mujer que ya debería estar recluida en la oscuridad de sus aposentos, dedicada a labores fútiles hasta que la mano piadosa de la muerte se la lleve. 
Pero no. No será así para la mayor de las González, cuatro hermanas que residen en algún perdido y típico pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, uno de esos pueblos donde todos se conocen y donde todos se espían y se envidian mutuamente, un pueblo salido de las páginas de una novela de Manuel Puig. Donde se tejen y destejen soterradas pasiones y donde no está bien visto que una mujer mayor tenga deseos y los cumpla. El comportamiento franco y abierto, libre de prejuicios de Genoveva, la mayor de las González, sumerge a las otras tres en un torbellino de cambios que apenas pueden procesar. 
Las dos hermanas del medio (Blanca y Porota) se resisten a todo cimbronazo de su status quo y pretenden ponerle fin a la conducta “descocada” y “libertina” de Genoveva. Conducta que pone en peligro no sólo sus cimientos morales y sus nociones acerca de lo que una mujer debe ser, sino también su futuro económico, algo que las preocupa quizá mucho más que lo anterior. Ciegas a su propio deseo sólo pueden atacar el problema pensando que Genoveva ha enloquecido o que tiene una seria enfermedad. 
Será Rita, la menor de las González, la que primero comprenda y realice el cambio de actitud necesario para poder ella misma comenzar una nueva vida a la par de la que ya lleva su hermana mayor. Es de destacar el excelente trabajo actoral de Cecilia Cenci, quien logra darle el toque de candor, dulzura e inexperiencia ajustados a un personaje que se desliza por una fina línea, entre la eterna niña y la mujer que todavía no puede ser, pero que gracias a la luz que emana de su hermana mayor logra dar los primeros pasos hacia su propio deseo. 
Con diálogos desopilantes, situaciones de alto vuelo humorístico y actuaciones deslumbrantes (en especial, la de Catalina Speroni) se va desenvolviendo una trama bien llevada, deliciosa y amena por igual. El estoicismo aprendido, la servilidad frente al hombre, los deseos ocultos y reprimidos, el chismorreo descontrolado, la pacatería, la resignación, el olvido, los amores frustrados y la vida vegetal que llevaban esas tres mujeres sometidas a la ausente (pero igualmente presente) figura de un padre rector, se van derritiendo al calor de las nuevas experiencias de Genoveva, producto todas de su “entrenamiento de la actitud” y de su hermosa búsqueda en pos de lo único que vale la pena buscar en este y en todos los mundos posibles: la ternura. 

Funciones: domingos a las 19 hs
Teatro del Pueblo: Roque Sáenz Peña 943
Informes: 4326-3606
Entrada: $30

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TODO GRIS CON UNA LÍNEA NEGRA EN EL MEDIO

16/08/09 - Teatro: Tiempo atrás ellas también habían tropezado (Tale)

Ayer, domingo 16 de agosto, se estrenó Tiempo atrás ellas también habían tropezado, de Susana Tale, con dirección de Alejandro Vizzotti y la actuación de Carina Conti, Claudia Mac Auliffe y Sonia Novello. Tres mujeres solas, hablando cada cual su propio idioma, creyendo que se escuchan unas a otras pero en el más absoluto aislamiento (el peor de todos, el emocional) conviven en una casa a la que, al parecer, acaban de mudarse. Todas tienen una pena de amor y todas recuerdan un beso, un beso especial, único e imposible, el mismo que las mantiene de pie y les permite cumplir con sus tareas diarias (“a dormir”, “a levantarse”, “a comer”). Está la que declara abiertamente que usa a los hombres y sólo quiere sus “fluidos”; está la que habla con una máscara, la misma que sueña con sus hombres colgados de la soga como si fueran ropa recién lavada y ella debe escoger cuál ponerse (fatalmente elige a los que la “dejaron sola”); y está la que habla con un traje de hombre vacío, que también cuelga como los hombres del sueño de la otra. Las tres se lamentan, las tres padecen, las tres se pliegan a las locuras de las demás, pero las tres están irremediablemente solas y queda flotando la duda acerca de si el hombre por el cual todas penan no es, acaso, el mismo. “Si un monstruo parece un monstruo, entonces es un monstruo”. Y el monstruo no es aquí el amor o la pasión sino la soledad, la vejez, el inexorable paso del tiempo. El verdadero monstruo es la imposibilidad de toda comunicación, que queda patentizada en esos imposibles diálogos entre ellas mismas y en su relación con la máscara o el traje masculino. 
Para lograr que ese monstruo asome su horrible cabeza la obra se vale de varias instancias: la vestimenta de las tres protagonistas es igual y sólo varía en su color (primero un look muy ochentoso, luego se ponen unos vestidos muy años cuarenta); sus constante ir y venir entre cajas, papeles y el desorden propio de una mudanza reciente; la inquietante coreografía (inquietante por lo triste, por lo ridículo, por lo patético) que se superpone a un tema musical que, a priori, no parecería propicio para ser bailado como “Paradise city” de Guns N’ Roses; y, por último, el pivote sobre el que gira toda la obra, que es la fragmentación y la disolución constante. Quien espere una obra teatral estructurada de forma más o menos clásica y con una ilación narrativa lineal, se verá defraudado, puesto que la estética elegida es otra: son retazos, franjas, tiras que conforman un gran collage y que se arma en forma algo tortuosa en la cabeza del espectador. 
Vale destacar que a pesar de los nervios propios del estreno y de un pequeño retraso, las actuaciones, una vez que las actrices se soltaron, sobresalieron por su calidad y si hay que hacer notar algo es que en un pasaje el ruido de las sillas y la mesa corriéndose taparon los parlamentos. Sin duda, una obra para ver y asistir a otra manera de presentar la triste realidad de incomunicación, insatisfacción e infatuación en la que estamos todos inmersos. 

Funciones: domingos, 21 hs.
Teatro Del Borde
Chile 630 San Telmo
Reservas: 4300-6201
Entrada: $ 30 (jub. y est.: $ 20).
Duración: 50 minutos. 

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RESISTIR CON TODO EN CONTRA

05/07/09 - Teatro (unipersonal): Mi nombre es Rachel Corrie (Rickman, Viner)

Resistió con todo en contra. Eso hizo Rachel Corrie, la joven pacifista norteamericana, aplastada en 2003 por una topadora del ejército israelí durante un acto de resistencia no violenta en la franja de Gaza. Porque era linda, porque era rubia, porque era norteamericana, porque sencillamente el status quo dice que no debía estar allí. Ella debía estar en su pueblito natal, Olympia, estudiando en la universidad estatal, escribiendo para algún periodicucho, juntándose con otros vacuos jóvenes de su edad. Pero no. Rachel no. 
Su espíritu indomable, invencible, irreductible la llevó a asomar su nariz más allá de los encorsetados límites que conocía. Nómade, rebelde, “quilombera”, Rachel Corrie salió a comerse crudo el mundo y el mundo se la comió a ella, con su notoria y deleznable indiferencia. Y, precisamente, si algo no se puede hacer es permanecer indiferente frente a esta obra teatral (Mi nombre es Rachel Corrie, protagonizada por Constanza Peterlini, dirigida por Agustín Rafael Martínez, con música de Emanuel Brusa y esculturas de Nicolás Bai), que conmueve hasta las fibras más hondas y que demuestra cuánta poesía puede haber en una vida. Mientras otros ponen, con infinita paciencia y resolución, con timidez a veces y con arrebato otras, por escrito sus versos, Rachel decidió que iba a escribir su caudaloso poema, su dolorosa diatriba con su propia vida. 
Entonces, del maravilloso caos de sus escritos (artículos, diarios íntimos y, sobre todo, sus cartas) nace esta obra, gracia al trabajo realizado por Alan Rickman y Katherine Viner sobre los textos originales de Rachel. El resultado es una catarata whitmaniana de belleza, indignación, dolor y desgarro, pero sobre todo de una poesía inefable que conmueve a los corazones más anquilosados y, además, llama —constante, apremiantemente— a la acción. Y si no a la acción, pues timoratos, cobardes y asustadizos hay y habrá siempre, a la reflexión, a la detenida contemplación de los dilemas éticos y morales que se plantean detrás de un conflicto bélico que no parece tener fin. 
La brillante actuación de Constanza Peterlini como Rachel da vida a un personaje que de por sí era la viva encarnación del fuego, del impulso y del horror ante cualquier injusticia. Con un aceitadísimo manejo de los tonos de su voz, la actriz logra no sólo encarnar perfectamente a Rachel sino también traer al escenario a la madre y al padre de ésta, presentes a través de sus cartas. Peterlini también logra corporizar, gracias a la perfecta conjunción de los juegos de luces, engarzados con una serie de esculturas alusivas a la obra que desfilan por delante de los espectadores (como en un caleidoscopio o una linterna mágica), a los sueños, deseos, viajes y recuerdos de Rachel. Todos los momentos clave de una existencia corta, pero mucho más intensa que otras tantas vidas juntas, aparecen metaforizados en luces y sombras allí. 
Rachel Corrie era un espíritu poético puro: la poesía es rebelión, resistencia, es decir “no” a las injusticias que nos inflinge el mundo. La poesía es por eso mismo tan necesaria en un lugar que todo el tiempo se empeña en hacernos olvidar cuál es nuestra esencia verdadera, que no es otra que la de la intrínseca bondad humana. Esa misma bondad que Rachel termina cuestionándose amargamente al promediar la obra. 
Como a su compatriota Walt Whitman, nada le es indiferente a Rachel y aunque siempre se sienta una “anormal” o una “ingenua”, y nunca se encuentre bien en ningún lugar, sus ideales, sus sueños, sus deseos no permitirán que descanse un sólo segundo si hay alguien sufriendo cerca suyo. Saberse llena de privilegios en un mundo donde muchos no saben si el techo de su casa permanecerá sobre sus cabezas un día más o se desplomará producto de una explosión, la llena de ira y vergüenza, y es esa misma bronca la que viene a decirnos, a increparnos, a preguntarnos qué demonios estamos haciendo nosotros ahí sentados, por qué permitimos que eso pase, por qué estamos dejando que el mundo sea tan horrible cuando puede ser tan hermoso. 
Mi nombre es Rachel Corrie es una obra para ver —en el sentido más amplio del término— libre de todo prejuicio, abiertos a toda su torrencial y maravillosa poesía. Es una obra para emocionarse hasta lo indecible y aplaudir de pie. Y baste, como muestra de su pensamiento, este fragmento de su “diatriba”: 

“Espero ver más y más personas dispuestas a oponerse a la dirección en que el mundo se mueve: una dirección donde nuestras experiencias personales son irrelevantes, donde somos defectuosos, donde nuestras comunidades no son importantes, donde no tenemos poder, donde el futuro está determinado, y donde el más alto nivel de humanidad se expresa a través de lo que elegimos comprar en el shoping.” 

Teatro Payró - San Martín 766
Reservas al 4312 5922
Entrada: $30 (Estudiantes y Jubilados $15)
Viernes 22 hs. (a partir del viernes 17/07)

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LA POESÍA DANZANTE DE LA BAHÍA DE SAN FRANCISCO

24/05/09 - Teatro / Danza: La bahía de San Francisco (Gandini-Acuña)

La posmodernidad plantea desafíos en todos los órdenes del quehacer humano. En la esfera del arte ha producido numerosos cimbronazos, aunque aún estemos aguardando algo que realmente sacuda los cimientos hasta el fondo. Mientras esperamos, en tensa calma, que eso suceda, las ruedas inconmovibles de la creación siguen rodando y así surgen obras que, sin ser peyorativos, podríamos llamar “híbridas”, en tanto en ellas se entrecruzan o amalgaman diversos géneros sin que —todavía— nazca algo completamente nuevo. 
Ése es el caso de “La bahía de San Francisco”, puesta teatral / escenificación poética / ensayo coreográfico basado en tan sólo una escena de la película Vértigo del gran Alfred Hitchcock. Subyugados por la incontenible poesía de la escena, en la que Kim Novak (Madelaine) se arroja a las danzantes aguas de la bahía simulando su suicidio, los bailarines, coreógrafos y también directores de la puesta, Luciana Acuña y Fabián Gandini, ponen en juego numerosas tramas genéricas y discursivas. 
En este sentido, la obra parte de una obra anterior, la película de Hitchcock y, más acotadamente, de una única escena, pero nada se sabe acerca de las escenas previas, ni del desarrollo general del argumento de la película, ni tan siquiera cómo termina o qué pasa después de que James Stewart (Scotty) rescata a Novak. A partir de allí, Acuña-Gandini despliegan una serie de cuadros escénicos en los que el espectador asiste, aunque al comienzo no lo sabe con certeza, a los ensayos (y hasta podría decirse que a los ensayos de los ensayos) de una futura obra que, en rigor de verdad, nunca llega a estrenarse o, mejor aún, se estrena en la mente del espectador al rememorar la obra completa. 
Sostenidos en ese eje, los protagonistas se presentan ante el público vestidos con enteritos de neopreno en un escenario vacío, rematado con tres sillas, dos relojes que misteriosamente marcan la misma hora, y una laptop en un costado. Con el transcurrir de la obra, se verá que el escenario no estaba tan vacío como al principio se creía, que las sillas tienen una razón de ser y que los dos relojes también cumplen una función primordial, así como la cortina que hacia el final se correrá para dejar ver la bahía de San Francisco en su plenitud. 
Sin embargo, si algo caracteriza a la obra es el quiebre casi constante de la ilusión dramática llevado hasta el punto de verbalizarlo en uno de los apartes culminantes. Más todavía, habría que decir que así como no hay trama (o, mejor dicho, la trama es simplemente la representación de una representación) tampoco hay demasiados diálogos, lo que se complejiza con unos cuantos apartes que procuran hacer caer las barreras, tirar abajo la “cuarta pared” que toda obra de teatro se obstina en respetar. Pero, al mismo tiempo, la obra lleva a escena uno de los ejercicios más célebres de la técnica teatral (aquel en el que un actor podía decir “buenas tardes” en por lo menos una veintena de inflexiones diferentes) en un doble juego especular: por un lado, el teatro dentro del teatro y, por otro, los diferentes ángulos desde los que, en este caso, puede ser vista una misma escena (como cuando repiten la coreografía con los ojos cerrados). O, si se quiere, extendiendo el paralelo hacia otra esfera del arte, la música, se trata de variaciones atonales y desacompasadas, mas no por ello menos logradas, de un mismo tema (una misma escena, más todavía: unos cuantos fotogramas). 
Vale destacar el intenso trabajo coreográfico de ambos actores-bailarines, en especial de Luciana Acuña, y los momentos de comicidad no buscada que el ensayar y repetir una y otra vez “lo mismo” producen en escena. En resumen, se trata de una obra que hace una fuerte apuesta por el quiebre de los lineamientos clásicos en pos de un rupturismo que todavía no ha dado sus mejores frutos pero que, sin duda, vale la pena sondear con espíritu y ojos bien abiertos. 

Funciones: domingos, 21 hs.
Camarín de las Musas
Mario Bravo 960 
Reservas: 4862-0655
Entradas: $30 jub. y est. $15

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ESPERANDO AL POCHO

17/04/09 - Teatro: Nada te turbe, nada te espante (Manso)

Alguna vez habrá que hacer una rigurosa revisión de la iconografía peronista en nuestro país. Más específicamente, de los mitos que sus figuras faro (Perón y Evita) generaron consciente o inconscientemente. Muchas obras literarias pueden entregarnos numerosas claves en este sentido. 
Si en la novela Los reventados de Jorge Asís un grupo de hombres esperaba la vuelta de Perón fabricando posters para vender en los alrededores de Ezeiza (creyendo además salvarse con ese gran “negocio”), en “Nada te turbe, nada te espante”, obra de teatro escrita por Diego Manso y dirigida por Pablo Rotemberg, estrenada el pasado viernes 17 en el Camarín de las Musas, es un grupo de mujeres (interpretadas por Débora Dejtiar, Laura López Moyano y Viviana Vázquez) el que espera el mismo acontecimiento, pero de una manera muy diferente. 
Tres mujeres saqueadas, vapuleadas, jaqueadas esperan el regreso del líder justicialista. Junto a ellas está también un homosexual transformista del que una, la —en apariencia— menos lúcida mentalmente, está perdidamente enamorada. Tres mujeres que en el calor, sofoco y sordidez de un vestuario, de un camarín de un antro de mala muerte, esperan lo imposible: la redención. Pero su espera no es pasiva ni paciente. Tienen planes. Y piensan llevarlos a cabo. En realidad, su dudosa actividad en el bolichongo es una tapadera: van a hacer la revolución. Y están decididas. Y nada podría detenerlas ni hacerlas desistir. 
La trama se va desenrollando lentamente, a pesar de la cortedad de la obra (apenas unos 70 minutos en tiempo cronológico; en tiempo de sensaciones y emociones, la obra tiene picos muy agudos, logrados por las excelentes actuaciones de los cuatro actores). Podría decirse que la obra oscila entre el grotesco discepoliano, la novela rosa —pero descarnada— y la perfecta hechura puiguiana del personaje del homosexual (representado por Germán Rodríguez). El escenario permanece igual a lo largo de toda la puesta, salvo en la escena final; los cambios de escena están adecuadamente marcados por la música, las luces y las entradas y salidas de los números que las “actrices” deben representar en ese lugar. 
La actuación es precisamente uno de los ejes tematizados: las mujeres actúan, por llamarlo de algún modo, ante sus clientes; actúan entre ellas; actúan hacia “fuera”, manteniendo la triste fachada de mujeres golpeadas por la vida, de quien nadie sospecharía que aguardan el momento exacto de entrar en acción; y actúan también para sí mismas, empeñadas en mantener cada una un rol que le ha sido asignado hace mucho tiempo y del que no se pueden ya apartar: una, inclaudicable en su amor por el General, a quien llama por su apelativo cariñoso “Pocho”, sigue aferrada a una carta que éste le enviara cuando ella era apenas una púber y él ya se había transformado en “el caudillo depuesto”; la otra, inamovible en su rol de protectora, ideóloga, mártir y conductora de esa improbable pero justiciera revolución, apodada “Entre Ríos” por un repugnante suceso acaecido también durante su más tierna juventud; y, por último, la menos agraciada de las tres, la ingenua, la pobrecita frágil de entendederas que en medio de los parlamentos más punzantes puede salir con un salmo de la Biblia o con los versos de Santa Teresa de Ávila, una poeta mística española, que le dan título a la obra. 
Y entre todas ellas, aparece y planea, como una sombra imposible, la figura del líder al que se espera con la misma ansiedad con que se esperaría a un mesías, o también a un padre superior o un imposible deus ex machina que vendrá a arreglarlo todo con su sabiduría. Vale destacar, en este sentido, lo acertado de la voz en off del actor Arnaldo André leyendo la carta de Perón mencionada anteriormente. Pero entre ellas también planea el mariposón, el maricón, el che pibe, el transformista que también está signado por la actuación: no sólo por su condición sexual o por su labor artística sino porque al promediar la obra se descubre cuál es su verdadera identidad, lo que precipita luego los acontecimientos. No logrará, a pesar de sus esfuerzos, salirse con la suya porque ha elegido el camino más vil y su trágico final signará también el final de las tres mujeres y su quijotesca empresa. 
La obra descansa mucho de su potencia en un uso certero, pero en ocasiones un tanto abigarrado, de la escatología así como también de la ironía y de un humor que, lejos de motivar la risa hilarante, motiva los sentimientos más acongojantes del ser humano: la inmensa, incomparable e inefable soledad en la que habita cada uno desde que nace hasta que muere y cómo cada uno de estos personajes intenta lidiar, sin demasiado éxito, con ello. 

Funciones: Viernes 23 horas
Camarín de las Musas, Mario Bravo 960
Reservas: 4862-0655
Entrada: $30 - Desc. est. y jub. $15

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LO IRREPARABLE

27/03/09 - Teatro: La prótesis (Kahan)

La palabra “prótesis” proviene del griego y significa, literalmente, “colocar delante”. Metafóricamente, se la emplea para designar, según el diccionario, el “procedimiento según el cual se repara artificialmente la falta de un órgano o parte de él, como la de un diente, un ojo, etc.”. La prótesis es el título de la obra de Martín Kahan, reestrenada el viernes 13 de marzo en el coqueto Camarín de las Musas, en la que sin duda alguna se nos ponen cosas “delante” y, por sobre todo, se intenta reparar artificialmente lo irreparable. 
Un consultorio odontológico misérrimo, venido a menos, cuyo equipamiento más moderno data de 1926; un odontólogo tan venido a menos como su consultorio, esperando una prebenda sindical que nunca llega, obsesionado con su madre muerta; un sindicalista del Teatro Colón, inescrupuloso, violento e insensible, que promete cosas que nunca piensa cumplir y una cantante de ópera que la víspera de una importantísima audición pierde un diente, son los efectivos ingredientes de esta puesta minimalista pero audaz en la que se convocan todos los sentidos del espectador. 
A saber: comienza en la más absoluta tiniebla, puesto que un corte de luz se ha producido en el consultorio; durante el transcurso de la obra, los sonidos infernalmente desagradables del torno del dentista se contraponen a las altísimas notas a las que intenta llegar, desolada ante la falta de su diente, la soprano; en el clímax, un escalofrío nos recorre al advertir no sólo el delirio —anestésico, onírico— en el que entran los tres personajes (protagonizados por Natalia López, Pablo Barboza y Matías Scarvaci), sino la inquietante posibilidad de que la muerte que se produce en escena no haya sido producto de la impericia del dentista arruinado por el alcohol y el juego sino una aguda estratagema de la soprano para huir del abismo pasional (besos y golpes a un tiempo) en el que estaba sumida. 
El tiempo pasado y el tiempo futuro siempre se les escapan a estos personajes que lentamente van opacando y dejando a un lado al sindicalista: el odontólogo no puede dejar de pensar en su madre, también cantante de ópera, quien lo llevaba al teatro desde muy pequeño, y va desplegando su obsesión al punto de hacerle la prótesis “provisoria” a Laura —la soprano herida por el amor (los celos) del sindicalista— desarmando la que hiciera años ha para su madre; llevándolos al paroxismo al traer el velo y el vestido que su madre usara para uno de sus estrenos. La soprano ve escaparse la posibilidad de obtener un papel formidable en la audición que tiene al día siguiente si no le reparan el diente de una vez por todas, pero aun cuando se lo reparan los efectos de la anestesia no se hacen esperar y las once de la mañana del día siguiente nunca llegan. 
Vale la pena destacar el atinado uso de la luz del atemorizante aparato odontológico del año 1926, del que el dentista se siente enormemente orgulloso, tanto que es lo único que no está dispuesto a jugarse en una sobrecogedora mano de naipes con el sindicalista, mientras Laura se recupera (o se va definitivamente) de la anestesia. Su lámpara, potente, con la misma frialdad aséptica y tenebrosa de las luces de los quirófanos, opera como un reflector más y es direccionada por el dentista según las escenas lo requieren y su contraste con la oscuridad reinante en el resto del escenario refuerza los efectos buscados. Otro tanto puede decirse del ominoso sonido del torno, símbolo y eco de otros instrumentos (de tortura) aún menos agradables. El vestuario recrea un look de los años cuarenta/cincuenta y el guardapolvo sobado y mal abrochado del dentista casan perfectamente con la precariedad y sordidez general de la escena. 
Si algo hay que señalar es el no tan atinado recurso al elevamiento de la voz como modo de dar énfasis o dramatismo a las escenas. En un par de ocasiones en que esto sucede en la obra la confusión de las tres voces elevándose una por sobre la otra termina saturando el oído del espectador y no permitiéndole discernir qué dice cada quien. Si acaso fuese un efecto buscado, sería bueno replantearse hasta qué punto contribuye a la eficacia y contundencia de una obra que no necesita de gritos para merecer sobradamente el aplauso. 

Funciones: Viernes 23:15 hs. 
El Camarín de las Musas 
Mario Bravo 960 / Reservas: 4862-0655 
Entrada: $25 - Jub. y est. $15

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sábado, 5 de septiembre de 2009

EL POETA ES DEUDOR DEL UNIVERSO

06/02/09 - Teatro (musical): Cielo rojo (el sueño bolchevique) (Tritek)

“Cielo rojo” es un espectáculo teatral y musical nacido en el ciclo “Octubre Rojo Rojas” realizado en el Centro Cultural Rojas con motivo de los 90 años de la revolución rusa, cumplidos el pasado 2007. Gracias al merecido éxito de la puesta de Helena Tritek, la obra continuó representándose durante todo el 2008 y en este 2009 retoma sus funciones en el Patio de Actores, un lugar pequeño pero acogedor, ideal para un espectáculo de estas características.
En él se fusionan el biodrama (con la presentación a cargo de Teresa Cura, militante del Partido Comunista cordobés), la música (con la guitarra de Gabriel Magni), las canciones en ruso, de una alegría y tristeza desgarradoras, en la excelente voz de Gipsy Bonafina, la danza, las consignas revolucionarias, la efervescencia de una época de cambios inusitados y, sobre todo, la poesía de dos enormes poetas rusos: Anna Ajmátova (interpretada por Silvia Docampo y Charo Moreno) y Vladimir Maiakovsky (interpretado por Esteban Meloni, ternado como Mejor Actor de Reparto en los premios “Florencio Sánchez” por este trabajo). Durante los sesenta minutos de la obra, los versos encendidos, apasionados, incandescentes y renovadores de ambos poetas sobrevuelan y flamean como las banderas rojas que flamearon también en su día y que en la obra adquieren un simbolismo trágico e innovador a la vez.
La acción siempre transcurre en Rusia pero se ubica en diferentes lugares y momentos: en Moscú, en San Petersburgo, en Ekaterimburgo; en la Plaza Roja, en el cabaret literario “La Linterna Roja”, en los jardines del Palacio de Invierno del Zar, en una cabaña en los Montes Urales y en el sótano de una fábrica. Cada cambio de escena está marcado por alguno de los personajes que, o bien anuncia dónde y en qué año transcurre la acción antes de que comience o bien lo dice durante la acción misma.
Así, por ejemplo, asistimos a la alegre y desmesurada reunión de los poetas en el cabaret literario, donde ocurre uno de los pasajes más memorables en lo que a texto se refiere: el discurso de Lili, la soldado cantante, dirigido al “camarada inspector” en el que se reconoce deudora de los impuestos, sí, pero ante todo y como poeta, se declara deudora del universo. En otro pasaje, las zarinas, ajenas a cuanto sucede fuera de los límites del palacio, hablan y cantan en francés, se hacen reverencias y creen vivir en un cuento de hadas. Los tramos más desgarradores, sin caer nunca en el golpe bajo, son el fusilamiento de las zarinas, la terrible espera de la poeta Anna Ajmátova a las puertas de la cárcel donde están sus compañeros y, sin lugar a dudas, el suicidio del poeta Maiakosvky, autor de los versos que coronan la obra y que vale la pena repetir: “¡Resucítenme, aunque sólo sea porque soy poeta / y esperaba el futuro  luchando / contra las mezquindades de la vida cotidiana! // ¡Resucítenme aunque sólo sea por esto! // ¡Resucítenme, quiero acabar de vivir lo mío, mi vida!”
En la obra figuran también otros poetas del momento, como Alexander Blok y Boris Pasternak, el reconocido autor de la novela Doctor Zhivago. La puesta en escena, minimal pero contundente, y la dosificación de los cuadros, puede pensarse como el rítmico movimiento del corazón en tanto hay momentos de expansión (como el pasaje del cabaret, exultante, gozoso, con un franco espíritu de bacanal poética y espiritual) y momentos de contracción (como el fusilamiento de las zarinas, inquietante, escabroso, contrastante en grado sumo con el primer cuadro en que ellas aparecen). También podría pensarse, más en consonancia con el espíritu político de la obra, en la dinámica de la dialéctica: tesis, antítesis y síntesis, bella y soñadora síntesis representada en la bandera roja que ondea hasta el final.

Funciones: viernes y sábado a las 21 hs. Actualmente (septiembre 2009): domingos a las 17:30 hs.
Patio de Actores, Lerma 568 (la sala posee aire acondicionado)
Informes: 4772-9732
Entrada: 25$. Jubilados y estudiantes, 20$

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Cielo rojo


Nota en El Leedor.com


Crítica en ANSud

LAS LÁGRIMAS DE UN HOMBRE

17/01/09 - Teatro: El día que Nietzsche lloró (Yalom)

El sábado 17 de enero se reestrenó en la ciudad de Buenos Aires la obra El día que Nietzsche lloró (basada en la novela homónima del psiquiatra Irvin D.Yalom), luego de una exitosa gira por el interior del país. Con la dirección general de Lía Jelín y un elenco conformado por Luciano Cazaux (como Nietzsche), Pablo Mariuzzi (como el doctor Josef Breuer), Florencia Dyszel (Lou Andreas Salomé), Andrés Giardello (Sigmund Freud), Paula Rebagliati (Mathilde Breuer), Carolina Díaz (Bertha) y Franco Gerardi (Paul Rée), la obra pone en escena, en apenas una hora, todos los tópicos —transferencia, complejo de Edipo y el innegable poder curativo de las palabras— del psicoanálisis. 
Pero no se trata de un mero pasar revista a un fenómeno que aún sigue teniendo enorme impacto en la vida de las grandes urbes, sino de ahondar en la atormentada vida de un hombre que predijo su propio futuro. Un hombre capaz de afirmar que conocía su suerte y que “alguna vez irá unido mi nombre al recuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la había habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita”. 
El filósofo Friedrich Wilhem Nietzsche encarna, a fines del siglo XIX y en los albores del siglo XX, esa enorme crisis de la que aún vivimos sus consecuencias. Anunció la muerte de Dios y aseveró que lo único que mueve a los hombres es la voluntad de poder, de dominio sobre los otros. Enunció la teoría del eterno retorno, ensalzó a Wagner y quedó preso de amor y locura por la enigmática Lou Andreas Salomé. Pero ¿cuál fue el precio que tuvo que pagar por todo eso? Ser marginado, vilipendiando, incomprendido; terminar su vida completamente enajenado y alienado, definitivamente loco. 
La obra, entonces, viene a iluminar el período más fecundo de Nietzsche, cuando aún se encontraba en plena posesión de sus facultades, si bien los síntomas del mal ya estaban allí. Una estancia en Viena, la ciudad donde nació el psicoanálisis, es la excusa para que, por intermedio de Salomé, Nietzsche se ponga en manos del doctor Josef Breuer, el maestro de Freud. La “cura dialogada”, que Breuer y Freud apenas están comenzando a investigar, parece ser el único remedio posible para los malestares que lo aquejan, pero el filósofo es demasiado astuto para “caer” en esa trampa y Breuer decide hacerle creer que quien realmente necesita “dialogar” es él y lo pone en el lugar del médico. Los roles entre “médico” y “paciente” se invierten varias veces y tras mucha resistencia, confusión, desánimo y explosivas exaltaciones, Nietzsche logra dejar salir (“deshollinar”) buena parte de todo lo que aguijonea y envenena su alma. En el transcurso de la cura llega a apreciar sinceramente, a pesar de la “traición” de que ha sido objeto, la amistad de Breuer. 
La escenografía de la obra busca destacar los dos planos que el joven Freud ha descubierto en sus primeras investigaciones: el de la “realidad” y el del “inconsciente”. Para ello, el escenario está dividido con una suerte de velo detrás del cual los personajes danzan, con una coreografía perfectamente sincronizada, mientras representan los pensamientos que pululan por la mente de los dos hombres: Breuer, un exitoso médico vienés, obsesionado con su paciente Bertha, quien sufre de histeria y por quien ha estado a punto de perder a su familia, y Nietzsche, el profesor y filósofo aquejado de fuertes migrañas, enloquecido de amor por Lou Andreas Salomé, a quien le envía injuriosas cartas que, sin embargo, revelan —en lo que no dicen— lo que sentía por ella. Por otra parte, la música y el desfile de imágenes oníricas proyectadas sobre una gran pantalla al fondo del escenario marcan adecuadamente los cambios de escena. 
Vale destacar también que la obra no carece de toques humorísticos en muchos de los parlamentos entre el médico y el filósofo, lo que no solamente agrega un toque de color sino también un modo ameno de aligerar el dramatismo de un hombre que le quiso hablar a la humanidad entera y lo logró, pagando quizá el más alto de los precios: perder su propia humanidad. 

Funciones: de jueves a domingo
Jueves Populares: 22.45hs. Entrada $40
Viernes y sábado: a las 22.45 hs. Entrada $60
Domingos: a las 21.45 hs. Entrada $ 60
Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062 
Informes: 4815-5665 / 4812-4228

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EL PODER DE LA VULVA

14/11/08 - Teatro: Lame vulva (un ejercicio de poder) (Marcou)

“Si tuvieras un hijo lo criarías a pura leche, amor y María Elena Walsh…” recita uno de los personajes de Lame vulva (un ejercicio de poder), obra escrita y dirigida por Martín Marcou, con las actuaciones de Checha Amorosi, Lilian Fittipaldi y Javier Rosón. Pero no dejemos que la aparente melosidad de esos versos nos engañen: a medida que la obra transcurre vemos que hay cualquier cosa menos amor o, en todo caso, hay una versión completamente distorsionada y fuera de foco del amor. 
Una pareja discute y uno de ellos ejerce, sin piedad alguna, violencia verbal y física sobre el otro. Los prejuicios, los estereotipos, la mentalidad bienpensante nos llevarían automáticamente a creer que es el hombre el que lleva a cabo tales acciones. Error. En el caso de Lame vulva es la mujer la que no sólo defenestra, rebaja, desprecia, humilla, veja, golpea, aporrea y lastima al hombre sino quien también lo maneja, como un títere, a su antojo. Pero como nada es casual en esta vida, que ella sostenga esa conducta y que él, pasivo, sumiso, casi “como una mujer”, continúe soportándola (¿o quizás alentándola?), tiene un claro y contundente antecedente que no tardará en hacer su triunfal aparición en escena: su propia madre. 
Vestida con colores chillones, digna representante de lo que alguna vez Ricardo Zelarrayán llamó “tucán de cementerio”, con aires de diva tilinga y barrial, autoproclamada poeta y con un ejercicio de la violencia y la agresión más sutiles pero igualmente efectivos que los exhibidos por su nuera, la suegra rápidamente se adueña de la situación en ese domingo que la pareja pretendía fuera “de ensueño”. A partir de ese momento, la lucha sorda y despiadada entre las dos mujeres, que por momentos incluso parecen ignorar al (des)preciado objeto —al ser humano— que se disputan con ferocidad digna de mejor causa, no conocerá fronteras ni límites. 
Porque no hay límites para quien nunca los ha conocido: la madre, más invasora e invasiva que una idische mame, comparte con su hijo hasta los pliegues más íntimos de la vida de ambos; el hijo, imposibilitado de toda reacción, navega feliz entre las borrascosas aguas del amor conyugal y las falsamente cálidas del amor maternal; por último, la mujer, cuya ambigüedad queda subrayada en su forma de vestirse (calzas de acetato hiperajustadas color rosa y camiseta de Boca Jrs.), cuya nulidad como procreadora es crudamente machacada por la suegra, cuya impotencia ante su incapacidad de “oler como una mujer” se refleja en su conducta violenta y tiránica y cuya falta de femineidad se exhibe en su chatura física, no conoce otro modo de acercarse a los otros que no sea el de la agresión. Insulta a su marido con los improperios más acertados y descabellados a la vez, y en esto la obra resulta una grata sorpresa: mientras uno esperaría los insultos más típicos y procaces de nuestro idioma, el autor ha tenido el buen tino de encontrar —y fabricar si es necesario— aquellos que resulten igual o más hirientes (como el del título) a la par que risibles que los usuales, cada vez que el pobre Horacio es injuriado por su mujer. 
En una ambientación con pocos pero escogidos toques kitsch, como la tela símil peluche color fucsia rabioso que cubre el sofá donde transcurre buena parte de la obra, en un espacio reducido pero bien distribuido y con una excelente musicalización, Lame vulva es una comedia no sólo cruda como se proclama en los carteles sino también profundamente humana que deja al descubierto, en primer plano y con ese fondo fucsia shocking, emociones y situaciones que muchos preferiríamos no ver y que sin embargo, modelan el curso de nuestras vidas. 
Funciones: Viernes 22:30 hs.
La Ratonera Cultural - Corrientes 5552 1º piso.
Capacidad limitada - Reservas: 4857- 2193
Entradas generales: $20,00.
Desc. Estudiantes y jubilados: $15,00.

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Blog de la obra

Alternativa Teatral

Crítica en ANSud

miércoles, 2 de septiembre de 2009

¿ACASO NO ES SUEÑO LA VIDA?

25/10/08 - Teatro: El marinero (Pessoa)


Fernando Pessoa (1888-1935) es el mayor poeta en lengua portuguesa del siglo XX. Su poética personalísima (arraigada desde el vamos en su apellido, que en portugués significa ‘persona’ y que remite al latín personae, es decir, a las máscaras utilizadas en el teatro antiguo) se destaca ante todo por la fragmentación, la dispersión y la descentración del yo. Quizá como ningún otro antes o después, Pessoa cultivó la heteronimia: es decir, la creación de autores ficticios a los que dotaba de una obra y una biografía singulares, en la creencia de que la coherencia y unicidad del yo sobre la que se fundamenta buena parte de las sociedades actuales no es más que una ficción, tan absurda como todas las demás. Así, entre sus heterónimos más populares figuran Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Bernardo Soares. Todos escribieron tanto como él, cada cual en su estilo particular. Y todos ellos, juntos, conforman el universo poético de Fernando Pessoa, ese oscuro empleado de ministerios y comercios, que vivía en efímeras pensiones, dirigía revistas literarias más efímeras aún y que sólo llegó a ver un libro suyo publicado en vida, Mensagem (1934).
Se diría que vivió escribiendo en todas partes, con todos sus “yoes” implosionando en el blanco de infinitas hojas y así cultivó no sólo la poesía y la reflexión filosófica sino también el teatro. Pero, atención, y he aquí el porqué de esta larga introducción, el teatro de Pessoa no se ajusta a los cánones ordinarios de lo que comúnmente entendemos por teatro. Remitiéndose a los orígenes mismos de la representación teatral, donde se fundían música, danza, poesía y una honda exploración en el alma humana, lo que Pessoa prioriza en su escritura teatral es el lirismo y el estatismo, dejando a un lado el conflicto. En sus propias palabras: “Llamo teatro estático a aquel cuyo enredo dramático no constituye acción; esto es, donde las figuras no sólo no actúan, porque ni se mueven, ni hablan de moverse; sino que ni siquiera poseen sentidos capaces de producir una acción, donde no hay conflicto ni perfecto enredo. Se dirá que esto no es teatro. Creo que lo es, porque creo que el teatro tiende a ser teatro meramente lírico y el enredo de teatro existe, no en la acción, sino, más ampliamente, en la revelación de las almas a través de palabras confusas y en la creación de situaciones de inercia, momentos de alma sin ventanas, sin puertas a la realidad.” 
Esa es la propuesta de su obra El marinero, dirigida por Mónica Driollet e interpretada por las actrices Mara Besalú, Dora Mils, Celina González del Solar y Luciana Danquis. Tres mujeres están velando a una cuarta. Todas visten de negro —y están de espaldas al público— menos la muerta, enteramente vestida de blanco, como una novia. Hay dos grandes cirios a su lado. Sobre el blanco de su vestido destacan sus largos cabellos. Se espera, con ansia, la llegada del día. Las tres mujeres cuchichean y luego comienzan a hablar. Eso es todo, en apariencia, lo que harán. Quien busque acción, giros dramáticos, escenas desgarradoras, no lo hallará. No hay conflicto, como se dijo, ni hay nudo, ni siquiera desenlace. En el teatro de Pessoa hay, ante todo, voces (y el omnímodo silencio de la que es velada). Voces que representan almas, voces que divagan, que encantan, por las que fluye, serena y sedosa, la poesía; voces que se enojan, se emocionan, se preguntan, se responden, se detienen, quedan suspendidas en el aire, se imprecan entre sí y más aún, voces que sueñan. Especialmente una voz que sueña, que sueña con el marinero del título, pero todas, con sus diferentes acordes, constantemente nos hacen dudar acerca de cuál es la realidad, cuáles son los límites del ser, cuáles son las cosas que hemos vivido realmente … ¿las que soñamos? ¿las que imaginamos? ¿las que deseamos haber soñado? Las preguntas podrían seguir porque esa es también una de las principales cualidades de esta obra: no ofrecer respuestas sino generar preguntas.
Con una puesta austera pero precisa, en un espacio teatral moderno enclavado en pleno barrio de San Telmo, esta versión de El marinero de Fernando Pessoa, la única de sus obras teatrales que puede llamarse completa y de una brevedad sobrecogedora, nos lleva también a lo que esos dos monstruos del teatro universal (Shakespeare y Calderón), entre otros, ya han planteado: que quizá toda nuestra vida no sea más que un sueño y que creer en ese sueño es lo único que nos puede llevar hacia la felicidad.

Funciones: sábados, a las 19hs
Entradas: $25 - Jubilados y estudiantes con descuento
Teatro Del Borde: Chile 630, San Telmo
Reservas: 4300-6201

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NADIE ES INOCENTE

27/09/08 - Teatro: El reino de las imágenes nítidas (Laragione)

En marzo de 1933 un hombre huye, en tren, de Berlín. Mucha gente lo hacía entonces, pero este no es un hombre cualquiera: es Fritz Lang, el famoso director de cine. Y huye porque no quiere formar parte de lo atroz, de lo verdaderamente degenerado, que ya no es el arte expresionista sino el nazismo. Este hecho histórico es el punto de partida que eligió Lucía Laragione para su obra teatral “El reino de las imágenes nítidas”, una acertada composición entre los hechos reales y las fantasmagorías que pueblan la cabeza del aturdido Lang en su viaje desesperado hacia París, puesta en escena por la Compañía Knuck, con la dirección de Diego Cosin.
Así, en el inicio de la obra, vemos a Lang (interpretado por Alejandro Genusso) en el lujoso compartimiento de un tren, donde luego de esconder dinero bajo la alfombra, es abordado por un guarda (interpretado por Javier Maestro) que, en lo avanzado de la hora y en la confusión de la huida, bien podría ser un adepto de las juventudes hitlerianas (de hecho, se juega con esta ambivalencia —sin recargar las tintas— hasta el final, cuando el tren ya ha arribado a París y el guarda levanta el brazo a modo de saludo, en lo que parece un trunco saludo nazi). En este clima pesadillesco, onírico, fantasmagórico, por momentos policial, por momentos grotesco, en el que los bordes entre la realidad y la ficción se borran, en los que la ilusión escénica se reproduce incluso dentro de sí misma, transcurren los 55 minutos de la función.
La puesta teatral, sobria, cuidada, se completa además con la proyección de diapositivas con imágenes que ilustran no sólo lo que sucede en escena sino que remiten a fotogramas de los films de Lang (como “M, el vampiro”) y a la estética predominante en aquel período, el expresionismo alemán, un arte “degenerado” y contrario a las ideas purificadoras y tradicionalistas que impulsaba el nazismo y principalmente su ministro de Educación y Propaganda, Joseph Goebbels.
Es justamente Goebbels —en la magnífica interpretación de Álvaro López— quien no sólo prohíbe el último film de Lang, “El testamento del doctor Mabuse”, sino también quien le pide que se haga cargo de la Cámara de Cinematografía Nacionalsocialista. Durante la tensa entrevista, Lang mantiene un silencio perturbador mientras que Goebbels deja caer sus palabras con milimétrica precisión. El director, sintiéndose acorralado, apela a su, paradójicamente, carta de salvación: “tengo ascendencia judía”. Goebbels, impertérrito, observa que ya lo sabían y, a continuación, susurra: “nosotros decidiremos quién es judío y quién no lo es”.
Baste este pequeño fragmento como muestra de los temas que sobrevuelan sin cesar y con profundidad cada vez mayor la obra: la hipocresía, la falsedad, el terror, el miedo, el fanatismo, el papel del arte y de los artistas en la sociedad y en los regímenes políticos, entre otros. En uno de los cuadros, por así llamarlos, que desfilan por la imaginación de Lang mientras el tren lo lleva lejos de ese infierno pero, a la vez, lo sumerge cada vez más en su propio infierno, se ve a sí mismo brindando un grandilocuente discurso tras haber aceptado el cargo ofrecido por Goebbels. Lang, exaltado, subido a una tribuna decorada con el águila nazi, proclama: “El papel del arte no es revolcarse con fruición en la inmundicia, su misión nunca será reproducir la descomposición, dibujar cretinos para simbolizar la maternidad, pintar jorobados subnormales para representar la fuerza viril...”. Y a continuación, poseído por una fuerza ajena a sí mismo, dice: “El cambio artístico debe ser símbolo del cambio político. Nosotros hemos vivido el impresionismo, la nueva objetividad y ahora hemos conquistado el reino de las imágenes nítidas”. Las imágenes nítidas son aquellas que sólo están al servicio de una causa atroz, con la que Lang no puede, como sí lo hará su mujer, Thea von Habour (interpretada por Antonia de Michelis), pactar.
Si hay un recurso sobre el que la obra gira en torno es del teatro dentro del teatro. Dos momentos son los que más sobresalen en este sentido: el primero, cuando el misterioso personaje, interpretado por Alejandro Mazza, P. K. (un criminal al que recurre Lang para conseguir los negativos de su película antes de que sean destruidos, pero también —quizás— el propio Peter Kütler, el “vampiro de Dusseldorf”, temible asesino serial sobre el que Lang realizó su film “M, el vampiro”) obliga a Lang y a su mujer, Thea von Habour, a representar el momento en el que el verdadero Kütler le confiesa a su mujer que él es el asesino que todos buscan; y el segundo cuando Thea finge su muerte frente al propio Lang para obligarlo a éste a aceptar el cargo que le propusiera Goebbels. El teatro, del mismo modo que las “imágenes nítidas”, es usado así para lograr fines espurios y también para dejar en claro que nadie, ni siquiera el propio Lang, como sus propios demonios y temores se lo demuestran, que huye y recién en 1942 podrá ver estrenada su película prohibida por Goebbels, es inocente.

Funciones: sábados, a las 21hs
Teatro Payró: San Martín 766
Informes y Reservas: 4312-5922
Entrada: $25. Descuento a estudiantes y jubilados

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NI EL TIRO DEL FINAL TE VA A SALIR

05/09/08 - Teatro (unipersonal): Suerte (Savignone)

“Y en tu total fracaso de vivir / ni el tiro del final te va a salir” reza un célebre tango de Cátulo Castillo. Es acaso lo único que le falta a la obra “Suerte”, de Marcelo Savignone, que se reestrenó la fría noche del viernes en un teatro del off Corrientes (el Belisario), para salir todavía con más fritas de las que ya sale.
“Suerte” no es sólo una obra teatral o un “unipersonal tragicómico”, como se la promocionaba en la puerta del teatro pocos minutos antes de comenzar. Es un impresionante e inquietante catálogo, un detallado y minucioso compendio de las mil y una formas de matarse que están a disposición del hombre.
Ya dijo Camus que el único problema filosófico que realmente debía ser dilucidado era si valía la pena (o no) vivir la vida y a ello dedicó uno de sus libros más lúcidos, El mito de Sísifo, en el que se basa, junto a otras obras, Marcelo Savignone para componer esta pieza que amalgama acrobacia, danza, canto, pantomima, magia y performance.
Mientras el público aún está acomodándose y las luces todavía no se apagaron, un hombre se suicida en escena. La sala enmudece, el hombre se balancea de una soga y quien esto escribe sólo podía pensar en la “Balada del ahorcado” del poeta francés (un auténtico poet maudit) François Villon. Pero, tranquilo, amable espectador: esto es apenas el comienzo. Apenas el primer intento de los muchos (realmente muchos) que el innominado protagonista de la obra, esto es, el propio Savignone, llevará a cabo durante los próximos sesenta y cinco minutos.
La obra prescinde en su mayor parte de la palabra hablada para privilegiar ante todo la palabra cantada, pero también el tarareo, el balbuceo, la queja airada y los sonidos más broncos y guturales que un ser humano pueda producir en sus momentos más angustiosos y decisivos. Las canciones que va desgranando Savignone no sólo reflejan a la perfección aquello que nos quiere trasmitir sino que son una excelente síntesis entre la estética dolorosa, quejumbrosa y apasionada del bolero junto con la frivolidad y sencillez de las canciones pop.
¿Por qué este hombre quiere suicidarse? ¿Qué le ha pasado? Rápidamente nos damos cuenta que una mujer, Teresa, lo ha dejado. Quiere matarse por amor. Quiere dar la vida por ella, por la que lo dejó. Y ensaya así las posturas más adecuadas para el crucial momento en que ella llegue y ya sea demasiado tarde, o rompe sus fotos y sus cartas para luego besarlas. O la llama por teléfono hasta que al fin la encuentra y entre las puteadas y las palabras entrecortadas sale esa única verdad palpable, ese tierno y desesperado “te extraño mucho”, pronunciado de un modo irreproducible en palabras, con una modulación tan patética y exacta que si usted, querido espectador, en ese momento no recuerda la vez que también lo dijo en las mismas circunstancias y no siente al tiempo que su corazón sangra y se retuerce pensando en esa única persona (usted sabe cuál) será necesario que se haga ver. Urgente.
Y los métodos (pastillas, trenes, balcones, etc.) se suceden y nada da resultado. En el paroxismo de la obra este pobre Cristo llega a la suma ridiculez de echar un poco de agua en el piso, cerca de la heladera, y pisar (saltar) con sus pies descalzos en el breve charquito al tiempo que toca desesperadamente la heladera. Pero nada. La muerte ni se asoma. Y mientras tanto el dolor no para. Y uno piensa en los célebres suicidados que sí lo lograron: el seconal de Alejandra Pizarnik, el mar de Alfonsina Storni, el suicidio ritual de Mishima, el largo suicidio de Pavese, el cianuro vencedor de Horacio Quiroga y tantos otros. ¿Y por qué a este hombre se le niega esta gracia? ¿Por qué no tiene suerte en los sucesivos, denonados, absurdos, patéticos, tiernos y desesperados intentos por ponerle fin a su vida? ¿Por qué ni siquiera el pistoletazo o el sablazo sirven?
Porque si hubiera que pensar en alguna moraleja (a pesar de lo fea que suena esta palabra) habría que pensar tal vez que ya nadie muere por amor. Que allí donde este hombre quiere morir para un otro en realidad quiere desesperadamente vivir, pero no sabe cómo hacerlo. Algo falla en la comunicación con el entorno: tanto falla que cuando suena el portero de su mísero monoambiente, excelentemente recreado en escena, es porque se equivocaron de timbre. Tanto falla la comunicación, tanta es la soledad, el aislamiento y la alienación que sin Teresa este hombre ya no es nadie, ha perdido su identidad, ha perdido el ser y no ve más remedio que quitarse la vida para terminar con tanta agonía.
Pero agonía también quiere decir, etimológicamente al menos, lucha y de eso también se trata esta obra. Es la lucha de un hombre por vivir y no meramente por morir. Porque morir es fácil (o “es un arte”, como dijera otra célebre suicida, la poeta norteamericana Sylvia Plath, quien metió la cabeza en el horno, cosa que también prueba, inútilmente, el protagonista); lo verdaderamente díficil es vivir. Y más díficil aún, mucho más, es amar y comprender a los demás, establecer puentes y vínculos sinceros y duraderos con los otros.

Funciones: viernes, a las 23.30hs
Belisario Teatro: Av. Corrientes 1624
Reservas: 4373 3465
Entradas: $25

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