lunes, 2 de noviembre de 2009

SALTO Y NO ME CAIGO

30/10/09 - Teatro: La última vez (que me tiré a un precipicio) (Almeida-Lewis)




Una clown, una cornisa, una valija, un espejo mágico, un banco de plaza, una pierna que no quiere seguir los movimientos de la otra y se queja como un cachorrito, y sueños, sueños desbocados, desmesurados, aparentemente imposibles pero terriblemente humanos: ésos son los elementos principales de “La última vez (que me tiré a un precipio)”, obra de Vicky Almeida y George Lewis (con la colaboración dramatúrgica y dirección de Mario Luis Marino), estrenada en El Piccolino el pasado 16 de octubre. A esos mínimos pero esenciales elementos se le suman: el despliegue de la tecnología, con films y animaciones, el despliegue musical, con la hermosa y prístina voz de la misma Almeida (quien perteneciera al grupo Los Twist), y el vestuario adecuado para un personaje de esas características: ingenuo, sincero, adorable pero un pelín ridículo, un pelín patético.
Una clown, con su roja nariz de payaso, con su vestidito negro y blanco, sus zapatitos también rojos y su temor al vacío. No sólo al que le ofrece el de la cornisa, si no al otro —al peor— al existencial. Una clown que se pregunta, ceceosa, indecisa, al borde mismo del colapso nervioso, “yo, ¿quién soy?”. Y una serie de monólogos al borde mismo de otros tantos precipios intentarán dar la (alguna) respuesta. Cada vez que la clown está a punto de arrojarse, cae en un ensueño del que procura extraer la sabiduría, la clave. Y cada vez reaparece en el mismo punto (al menos, en apariencia) diciéndose a sí misma “tengo que entrar en razón”. Pero ¿cómo se entra en razón? ¿Se entra alguna vez?
Porque cada vez que se intenta entrar en razón, se está más lejos de ella. Los otros están siempre distantes y no contestan ni a las preguntas más triviales. Y se alejan, impasibles. Las cosas permanecen en su mutismo insondable, nada hay donde posar los ojos sin inquietud. Cada vez que se ensaya una posible respuesta se vuelve al mismo punto de desolación, locura y soledad. La clown parece preguntarse no ya dónde está la salida de la vida si no ¿dónde está la entrada?
Así, la obra maneja los tiempos y las sutilidades con una presteza envidiable. La actuación de Almeida sobrepasa a cualquier espectador y sorprende con su gran ductilidad, que dota al personaje de los matices precisos. La música siempre acompaña en el tono justo, en el momento apropiado, con los crescendos necesarios. Las proyecciones ambientan de inmediato al espectador: con sencillez, con calidez, con un minimalismo bien entendido rápidamente estamos ora en la cornisa, ora en la solitaria plaza de la desdicha. Y se cae tanto en la carcajada como en la reflexión más profunda con la misma bienvenida facilidad y gracia.
Por si todo esto fuera poco, la espléndida voz de Vicky Almeida, que sólo se muestra en todo su esplendor hacia el final de la obra, corona un espectáculo que deja no sólo los interrogantes existenciales que todos nos hacemos impresos a fuego en la retina, sino también un mensaje esperanzador y confiado, cifrado en la melodía y en la letra del tema final: “ya no hay heridas en esta vida / lo que quería / era una vida / que fuera mía”. Un espectáculo multidisciplinario para no perderse ni un minuto más.

Funciones: viernes a las 23hs
Teatro El Piccolino: Fitz Roy 2056
Informes: 4779-0353
Entradas: $30

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