27/03/09 - Teatro: La prótesis (Kahan)
La palabra “prótesis” proviene del griego y significa, literalmente, “colocar delante”. Metafóricamente, se la emplea para designar, según el diccionario, el “procedimiento según el cual se repara artificialmente la falta de un órgano o parte de él, como la de un diente, un ojo, etc.”. La prótesis es el título de la obra de Martín Kahan, reestrenada el viernes 13 de marzo en el coqueto Camarín de las Musas, en la que sin duda alguna se nos ponen cosas “delante” y, por sobre todo, se intenta reparar artificialmente lo irreparable.
Un consultorio odontológico misérrimo, venido a menos, cuyo equipamiento más moderno data de 1926; un odontólogo tan venido a menos como su consultorio, esperando una prebenda sindical que nunca llega, obsesionado con su madre muerta; un sindicalista del Teatro Colón, inescrupuloso, violento e insensible, que promete cosas que nunca piensa cumplir y una cantante de ópera que la víspera de una importantísima audición pierde un diente, son los efectivos ingredientes de esta puesta minimalista pero audaz en la que se convocan todos los sentidos del espectador.
A saber: comienza en la más absoluta tiniebla, puesto que un corte de luz se ha producido en el consultorio; durante el transcurso de la obra, los sonidos infernalmente desagradables del torno del dentista se contraponen a las altísimas notas a las que intenta llegar, desolada ante la falta de su diente, la soprano; en el clímax, un escalofrío nos recorre al advertir no sólo el delirio —anestésico, onírico— en el que entran los tres personajes (protagonizados por Natalia López, Pablo Barboza y Matías Scarvaci), sino la inquietante posibilidad de que la muerte que se produce en escena no haya sido producto de la impericia del dentista arruinado por el alcohol y el juego sino una aguda estratagema de la soprano para huir del abismo pasional (besos y golpes a un tiempo) en el que estaba sumida.
El tiempo pasado y el tiempo futuro siempre se les escapan a estos personajes que lentamente van opacando y dejando a un lado al sindicalista: el odontólogo no puede dejar de pensar en su madre, también cantante de ópera, quien lo llevaba al teatro desde muy pequeño, y va desplegando su obsesión al punto de hacerle la prótesis “provisoria” a Laura —la soprano herida por el amor (los celos) del sindicalista— desarmando la que hiciera años ha para su madre; llevándolos al paroxismo al traer el velo y el vestido que su madre usara para uno de sus estrenos. La soprano ve escaparse la posibilidad de obtener un papel formidable en la audición que tiene al día siguiente si no le reparan el diente de una vez por todas, pero aun cuando se lo reparan los efectos de la anestesia no se hacen esperar y las once de la mañana del día siguiente nunca llegan.
Vale la pena destacar el atinado uso de la luz del atemorizante aparato odontológico del año 1926, del que el dentista se siente enormemente orgulloso, tanto que es lo único que no está dispuesto a jugarse en una sobrecogedora mano de naipes con el sindicalista, mientras Laura se recupera (o se va definitivamente) de la anestesia. Su lámpara, potente, con la misma frialdad aséptica y tenebrosa de las luces de los quirófanos, opera como un reflector más y es direccionada por el dentista según las escenas lo requieren y su contraste con la oscuridad reinante en el resto del escenario refuerza los efectos buscados. Otro tanto puede decirse del ominoso sonido del torno, símbolo y eco de otros instrumentos (de tortura) aún menos agradables. El vestuario recrea un look de los años cuarenta/cincuenta y el guardapolvo sobado y mal abrochado del dentista casan perfectamente con la precariedad y sordidez general de la escena.
Si algo hay que señalar es el no tan atinado recurso al elevamiento de la voz como modo de dar énfasis o dramatismo a las escenas. En un par de ocasiones en que esto sucede en la obra la confusión de las tres voces elevándose una por sobre la otra termina saturando el oído del espectador y no permitiéndole discernir qué dice cada quien. Si acaso fuese un efecto buscado, sería bueno replantearse hasta qué punto contribuye a la eficacia y contundencia de una obra que no necesita de gritos para merecer sobradamente el aplauso.
Funciones: Viernes 23:15 hs.
El Camarín de las Musas
Mario Bravo 960 / Reservas: 4862-0655
Entrada: $25 - Jub. y est. $15
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