sábado, 12 de septiembre de 2009

RESISTIR CON TODO EN CONTRA

05/07/09 - Teatro (unipersonal): Mi nombre es Rachel Corrie (Rickman, Viner)

Resistió con todo en contra. Eso hizo Rachel Corrie, la joven pacifista norteamericana, aplastada en 2003 por una topadora del ejército israelí durante un acto de resistencia no violenta en la franja de Gaza. Porque era linda, porque era rubia, porque era norteamericana, porque sencillamente el status quo dice que no debía estar allí. Ella debía estar en su pueblito natal, Olympia, estudiando en la universidad estatal, escribiendo para algún periodicucho, juntándose con otros vacuos jóvenes de su edad. Pero no. Rachel no. 
Su espíritu indomable, invencible, irreductible la llevó a asomar su nariz más allá de los encorsetados límites que conocía. Nómade, rebelde, “quilombera”, Rachel Corrie salió a comerse crudo el mundo y el mundo se la comió a ella, con su notoria y deleznable indiferencia. Y, precisamente, si algo no se puede hacer es permanecer indiferente frente a esta obra teatral (Mi nombre es Rachel Corrie, protagonizada por Constanza Peterlini, dirigida por Agustín Rafael Martínez, con música de Emanuel Brusa y esculturas de Nicolás Bai), que conmueve hasta las fibras más hondas y que demuestra cuánta poesía puede haber en una vida. Mientras otros ponen, con infinita paciencia y resolución, con timidez a veces y con arrebato otras, por escrito sus versos, Rachel decidió que iba a escribir su caudaloso poema, su dolorosa diatriba con su propia vida. 
Entonces, del maravilloso caos de sus escritos (artículos, diarios íntimos y, sobre todo, sus cartas) nace esta obra, gracia al trabajo realizado por Alan Rickman y Katherine Viner sobre los textos originales de Rachel. El resultado es una catarata whitmaniana de belleza, indignación, dolor y desgarro, pero sobre todo de una poesía inefable que conmueve a los corazones más anquilosados y, además, llama —constante, apremiantemente— a la acción. Y si no a la acción, pues timoratos, cobardes y asustadizos hay y habrá siempre, a la reflexión, a la detenida contemplación de los dilemas éticos y morales que se plantean detrás de un conflicto bélico que no parece tener fin. 
La brillante actuación de Constanza Peterlini como Rachel da vida a un personaje que de por sí era la viva encarnación del fuego, del impulso y del horror ante cualquier injusticia. Con un aceitadísimo manejo de los tonos de su voz, la actriz logra no sólo encarnar perfectamente a Rachel sino también traer al escenario a la madre y al padre de ésta, presentes a través de sus cartas. Peterlini también logra corporizar, gracias a la perfecta conjunción de los juegos de luces, engarzados con una serie de esculturas alusivas a la obra que desfilan por delante de los espectadores (como en un caleidoscopio o una linterna mágica), a los sueños, deseos, viajes y recuerdos de Rachel. Todos los momentos clave de una existencia corta, pero mucho más intensa que otras tantas vidas juntas, aparecen metaforizados en luces y sombras allí. 
Rachel Corrie era un espíritu poético puro: la poesía es rebelión, resistencia, es decir “no” a las injusticias que nos inflinge el mundo. La poesía es por eso mismo tan necesaria en un lugar que todo el tiempo se empeña en hacernos olvidar cuál es nuestra esencia verdadera, que no es otra que la de la intrínseca bondad humana. Esa misma bondad que Rachel termina cuestionándose amargamente al promediar la obra. 
Como a su compatriota Walt Whitman, nada le es indiferente a Rachel y aunque siempre se sienta una “anormal” o una “ingenua”, y nunca se encuentre bien en ningún lugar, sus ideales, sus sueños, sus deseos no permitirán que descanse un sólo segundo si hay alguien sufriendo cerca suyo. Saberse llena de privilegios en un mundo donde muchos no saben si el techo de su casa permanecerá sobre sus cabezas un día más o se desplomará producto de una explosión, la llena de ira y vergüenza, y es esa misma bronca la que viene a decirnos, a increparnos, a preguntarnos qué demonios estamos haciendo nosotros ahí sentados, por qué permitimos que eso pase, por qué estamos dejando que el mundo sea tan horrible cuando puede ser tan hermoso. 
Mi nombre es Rachel Corrie es una obra para ver —en el sentido más amplio del término— libre de todo prejuicio, abiertos a toda su torrencial y maravillosa poesía. Es una obra para emocionarse hasta lo indecible y aplaudir de pie. Y baste, como muestra de su pensamiento, este fragmento de su “diatriba”: 

“Espero ver más y más personas dispuestas a oponerse a la dirección en que el mundo se mueve: una dirección donde nuestras experiencias personales son irrelevantes, donde somos defectuosos, donde nuestras comunidades no son importantes, donde no tenemos poder, donde el futuro está determinado, y donde el más alto nivel de humanidad se expresa a través de lo que elegimos comprar en el shoping.” 

Teatro Payró - San Martín 766
Reservas al 4312 5922
Entrada: $30 (Estudiantes y Jubilados $15)
Viernes 22 hs. (a partir del viernes 17/07)

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