29/08/09 - Teatro: Ala de criados (Kartun)
Enero de 1919: mientras en la capital porteña se desata la famosa “Semana Trágica”, aquella de la huelga de obreros iniciada en los talleres Vasena, en Mar del Plata una familia de la alta aristocracia pasa sus vacaciones veraniegas sin darle, en apariencia, mayor importancia.
En la primera escena de “Ala de criados”, la nueva obra de Mauricio Kartun, quien también la dirige, tres lánguidos jóvenes se asolean en la rocosa costa marplatense. No parecen preocupados más que de banalidades y quien primero habla es Tatana, la hermana menor, recientemente llegada del internado en Suiza: “las metáforas son cosa de putos”, proclama, dando el tono justo no sólo de la obra sino de su personaje, en la magistral actuación de Laura López Moyano. Su primo y su hermano no le prestan demasiada atención, pero en cuanto comienzan a hablar y a gesticular queda también claro el carácter de cada uno: Pedro (interpretado por Alberto Ajaka) es un aspirante a seminarista, siempre recto y contenido, mientras que Emilito (interpretado por Esteban Bigliardi, en una actuación sencillamente descollante) es un joven dilettante, un flojo, un típico “niño bien” porteño, preocupado por nimiedades, al borde mismo de la cobardía y la pusilanimidad.
En este ambiente, con la sangrienta huelga como mar de fondo y la figura omnipresente del “tata” que dirige todos los hilos desde Buenos Aires, aparece un cuarto personaje que introducirá el drama, el amor, la sordidez y el conflicto: Pancho (interpretado por Rodrigo González Garillo) es una suerte de lacayo que duerme en el “ala de criados” sólo porque le prestan allí una habitación y es quien se dedica a lanzar las palomas para que los aburridos snobs se entretengan en el club de tiro a la paloma marplatense. Recio, varonil, un auténtico “guapo”, un personaje típico de la incipiente clase media porteña, esa que no está ni abajo de todo ni tampoco arriba y que para sobrevivir debe recurrir a la “engañifa” y a los peligrosos dobles juegos con unos y otros para salvarse.
La joven Tatana queda impresionada ante este hombre “literal”, que desconoce qué cosa sea una metáfora (aunque sí sabe y practica la engañifa), tan diferente a todo lo que ella ha visto hasta el momento. La tensión sexual entre ambos es clara y contundente desde el primer instante en que se cruzan y es uno de los pivotes en los que la obra se asienta para sostener su dramatismo e interés. Interés que no decae ni por un segundo, a pesar de la longitud de la misma, que rebasa las dos horas de duración: el espectador está siempre atornillado a su butaca, con lo que queda demostrada no sólo la maestría de Kartun como dramaturgo sino también su perfecto conocimiento de los resortes que hacen que las historias avancen y, en este caso, el espectador junto con ellas.
Pero otro de los pivotes sobre los que se asienta la obra es la huelga, la conformación de la Liga Patriótica y de otros grupos de apoyo a las fuerzas del orden que cundieron en aquellos días. En la abulia del verano marplatense, alterada sólo por los suaves disparos (“paff”) a las indefensas palomas, los porteños y Pancho deciden agitar un poco las cosas: ellos por diversión, Pancho por desesperación. Y luego de hacerle la seña convenida a Tatana para que lo vaya a visitar al ala de criados, el pequeño grupo comando conformado por los cuatro, sale a hacer destrozos en lugares como la Biblioteca Juventud Moderna, de donde se llevan como precioso y simbólico botín, entre otras, las tres obras claves de Emile Zola, padre del naturalismo: Naná, La bestia humana y Germinal.
Así, en un ambiente de creciente efervescencia y delirio, quienes eran los débiles, los buenos para nada, los rechazados por inservibles, a los que ni siquiera su apellido de alta alcurnia les permitía ingresar a la Liga Patriótica, terminan siendo los opresores, los dominadores, los auténticos salvajes contra el único que tenían a mano: Pancho, el nadador de dos aguas, el que sólo sabía hacer engañifas, el que debía jugar sus cartas con la mayor astucia posible, el que rogaba a unos y a otros por su salvación sin lograrla.
En resumen, una obra sencillamente magistral que a más de contar con actuaciones brillantes y los toques justos de grotesco y comicidad, revela un fino y delicado trabajo de restauración del lenguaje coloquial porteño de aquel entonces, en el que se mezclaban con total impunidad el inglés, el francés y el criollo más rancio y que es lo que, en opinión de esta cronista, le sirve a Kartun para fundar todo un universo digno de la mayor admiración. Una obra, además, para ayudarnos a pensar por qué hoy estamos como estamos, si aquellos fueron nuestros antepasados.
Funciones: viernes a las 21hs, sábados a las 22.00hs, domingos a las 20hs.
Teatro del Pueblo: Diagonal Roque Sáenz Peña 943
Informes: 4326-3606
Entradas: $40 y $25 a jubilados y estudiantes
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