martes, 1 de septiembre de 2009

“TERROR Y MISERIA EN EL PRIMER FRANQUISMO”: 6 CAPÍTULOS DE UNA DICTADURA PARA PENSARLAS TODAS

17/08/08 - Teatro: Terror y miseria en el primer franquismo (Sanchis Sinisterra) 

Todas las dictaduras se parecen. Todas generan el mismo horror, el mismo terror. La misma incomprensión. Por eso no resulta extraño que el autor de la obra teatral “Terror y miseria en el primer franquismo”, José Sanchis Sinisterra, haya elegido una como ejemplo de todas. Y una con la que el espectador puede fácilmente identificarse y trasladar a su horizonte de expectativas, ya que en todas las dictaduras se cuecen las mismas y pútridas habas.
“Terror y miseria en el primer franquismo”, galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática, por el Ministerio de Cultura de España, toma como modelo “Terror y miseria en el Tercer Reich” de Bertold Bretch, pero sólo como punto de partida: los seis “capítulos” o partes en que se divide la obra funcionan como un muestrario de los distintos abordajes posibles para un mismo horror. La obra pasa, sin desbarrancar nunca, por la comedia, el absurdo, la farsa y el más hondo drama gracias a su particular estructura: cada capítulo se inicia con los actores tarareando una canción, al modo de un auténtico coro de tragedia griega, mientras en la semipenumbra del escenario se realizan los ajustes necesarios para la representación.
Este aparente quiebre de la ilusión escénica funciona en realidad como un preludio, lo que se ve reforzado con el coro. Así, con una puesta minimalista, sin telón, sin decorados, sin aspavientos, sólo con los elementos mínimos e indispensables para lograr el ambiente y con una enorme presencia escénica de los actores se da comienzo a cada capítulo. Capítulo que también podría ser visto como una foto de un momento particular, fotos de un viejo álbum familiar en el que van desfilando los sueños, los deseos, las luchas, los ideales, la gloria, la decadencia no sólo de una familia, de un pueblo o de un país sino de la humanidad toda.
El capítulo que abre la obra se titula “Plato único” (representado por Fito Pérez, Alejandro Orlandoni, Stella Minichiello y dirigido por Claudia Quiroga) y es una muestra acabada del grado de hipocresía y, más aún, de ridiculez, al que llevan todos los fanatismos. Mediante pasos de comedia perfectamente logrados, el autor muestra aquí cómo un hombre, un modesto comerciante, sigue al pie de la letra los mandatos del Caudillo, transformándose él también en un pequeño caudillo (de pacotilla) con su empleado y su amante, quienes, en un gesto esperanzador, denuncian lo irrisorio de su poder. Con excelentes actuaciones y picos de hilaridad, este primer capítulo predispone al espectador para los próximos.
El segundo se titula “El anillo” (representado por Claudia Sánchez y María Forni, dirigido por Teresita Galimany) y ahonda en las máscaras y disfraces que es necesario adoptar para seguir subsistiendo en medio del horror. Dos primas vuelven de una fiesta pero rápidamente el ambiente festivo se disipa y junto con los zapatos y los vestidos caen también las máscaras: Marga y su marido han decidido transar con el poder para obtener beneficios económicos a cualquier precio; Carmina no acepta que su marido haya desaparecido y sigue esperándolo, convencida de que retornará y convencida también de que no se venderá al mejor postor como su prima. La relación asimétrica entre ambas va quedando de manifiesto, de manera gradual, a lo largo del capítulo para llegar a su máxima expresión en el final.
El tercer capítulo, “Intimidad” (representado por Annie Stein y Concha Milla, dirigido por Carlos Ianni), es sin duda alguna el momento de mayor dramatismo de la obra. Rápidamente el espectador se da cuenta de que transcurre en un campo de concentración. Dos mujeres intentan dormir pero el constante terror de que se las lleven se los impide. Allí, mediante soliloquios que erizan la piel y emocionan al mejor plantado, cada una expone sus temores, lo que le sucedió, cómo llegó hasta allí. El hacinamiento, las delaciones, las transacciones, todas las pequeñas —enormes— miserias que se producen en el microclima asfixiante del campo de concentración aparecen, como fulgores inapelables, en cada uno de los parlamentos de las mujeres. La intensidad lograda con apenas unas mantas y acertados cambios de luces es tanto más grande que si se hubiera reproducido al detalle una barraca de las tantas que hubo también en España.
El cuarto capítulo, “Dos exilios” (representado por Octavio Bustos y Daniel Bazán Lazarte, dirigido por Claudia Quiroga), presenta, atinadamente, escenas en paralelo de los exilios de dos hermanos. Uno, el exilio exterior, en México, donde, vale aclarar, fueron acogidos muchos refugiados españoles, entre ellos el escritor Max Aub, uno de los que mejor ha dado cuenta de la diáspora española en sus cuentos y novelas; el otro, el exilio interior, en su propio país, en su propio pueblo, en su propia alma. Mientras uno de los hermanos intenta “aclimatarse” sin lograrlo, el otro se ve perseguido por los fantasmas del pasado y también por los del presente. El momento más emocionante se logra cuando ambos “se encuentran” y tratan de decirse todo aquello que han querido decirse en tantos años de separación y de no saber nada uno del otro.
El quinto, titulado “El topo” (representado por Sebastián Villa y Claudia Quiroga, dirigido por Carlos Ianni), es quizás el menos eficaz de los seis, al menos en lo que a contundencia dramática se refiere, ya que las actuaciones son excelentes. Sin embargo, se tiene la sensación de que algo está faltando allí o quizás esta sensación pueda deberse a los altos e impactantes niveles alcanzados por los dos capítulos precedentes. En este caso, se presenta la historia de un joven que ha permanecido escondido, como un topo, por miedo a ser llevado, sin ser culpable de nada. Aunque la casa donde se esconde es periódicamente revisada (y dada vuelta cada vez que esto sucede), la astucia femenina de su novia hace que él nunca pueda ser encontrado. El drama se desata cuando Miguel proclama no aguantar más y estar dispuesto a entregarse antes que seguir viviendo así.
El último capítulo, “Atajo” (representado por Roberto Municoy y Román Lamas, dirigido por Teresita Galimany), es el punto más alto en cuanto a humor y absurdo se refiere. Dos personajes escapados de una novela mitad picaresca y mitad galdosiana se encuentran en una plaza y casi sin quererlo comienzan a espiar lo que sucede en una casa vecina. Pero esto no es lo importante: lo importante es el despliegue de humor, ironía, acidez y más todavía de vuelo literario que el autor se ha permitido en este capítulo final, donde abundan los juegos de palabras, las rimas y aliteraciones increíbles e hilarantes y donde la actuación de Roberto Municoy como don Abundio se “roba” el capítulo, si bien Román Lamas como don Bolonio no se queda un centímetro atrás. Ambos personajes exaltan y exacerban hasta el paroxismo todos los tópicos españoles esperables y los llevan más allá, haciéndolos universales.
Del mismo modo que la obra en su conjunto, con maestría singular, toma una dictadura particular para denunciar el horror de todas y para hacernos pensar en las dictaduras nuestras de cada día.

Hasta el 28 de septiembre
Funciones: Viernes y sábados 20.30 hs. Domingos 20 hs.
Entrada: $ 25. Estudiantes y jubilados: $ 15
CELCIT. Moreno 431. Reservas al 4342-1026

Links de interés: 



1 comentario:

Lisarda dijo...

hola Analía, te voy a seguir y me voy a guiar por tu criterio
(Ojalá venga La Fura dels Baus, esos eran una maravilla!!)
nos cruzamos por ayí...